miércoles, 20 de enero de 2010

1. INTRODUCCIÓN

1. Introducción: 
Una de las cuestiones más reiteradas en los últimos debates culturales es si existe una “literatura femenina” diferente de la masculina, interrogante al que se une otro doblemente inevitable que se pregunta si existe en la literatura una tradición de escritura femenina, y en el caso de que exista, por qué no se refleja en los manuales de literatura. 

A) ¿Existe una literatura femenina? 
Pocos críticos desean responder de forma clara a esta cuestión, porque tanto una negativa como su contrario son igualmente comprometedoras. 
1-Algunos parten de la afirmación de que no existe literatura de hombres o de mujeres, sino sólo buena o mala literatura, aunque se detienen ahí sin entrar en la cuestión de quién, con qué criterios, o en qué circunstancias históricas o políticas, se decide lo que es “bueno” o “malo” en literatura. El criterio de calidad explicaría  
- la hegemonía de algunos autores con respecto a otros en algunos periodos históricos, 
- el predominio internacional de una literatura sobre otra, 
- y el olvido por parte del público de autores que en una coyuntura político-social determinada fueron aclamados. 
Sin embargo  no explica por qué existe tal supremacía de los hombres en el porcentaje de obras publicadas , ignora que el libro es un producto más sujeto a las leyes. 

 2- Hay una cuestión terminológica, y es que con la etiqueta “escritura femenina” se designa tanto la literatura escrita por mujeres como a la literatura de contenido “femenino”, es decir, que se centra en la experiencia de ser mujer en el mundo con todos sus matices biológicos y contextos situacionales, pero con la salvedad de circunscribir el “mundo femenino” casi exclusivamente a su acepción más tradicional, con lo cual, muchas escritoras que proponen modelos y espacios femeninos nuevos, tampoco se identifican con esta denominación. Según los que apoyan esta teoría existiría una “literatura femenina” y una “literatura masculina” por lo que se refiere, no a los autores que la practican, sino a sus contenidos. Nadie ignora que ha existido desde siempre, también una literatura escrita “para” mujeres, que en principio revestía carácter preceptivo (libros de comportamiento, tratados morales, etc.), y que con el paso de los siglos se convirtió en novela rosa, folletines y otras obras, donde lo femenino (también lo masculino, pero los hombres leen mucho menos este tipo de textos) sigue encorsetado en esquemas tradicionales. Esta literatura escrita para mujeres no siempre tiene una autora detrás. La literatura “femenina” no sería exclusiva de las escritoras, del mismo modo que la literatura “masculina” ha sido, y es, practicada por muchas autoras. Ahora bien que la literatura de contenido femenino no goza del mismo prestigio que su antagonista, es algo evidente, consecuencia de una tradición social, política, religiosa y cultural que sobrevalora lo masculino e infravalora lo femenino. Las diferencias entre “literatura femenina” y “literatura masculina”, más que estar relacionadas con el sexo/género de sus autores y autoras lo estarían con 
- la adopción de una posición hegemónica o marginal, tradicional o innovadora, 
- con la elección de temas que pertenecen al ámbito público o al privado, 
- con la identificación o la subversión de los roles y los modelos culturales. Es lo que paralelamente Jonathan Culler sostiene a propósito de las posiciones que el lector o lectora pueden adoptar ante el texto, que puede asimilar contenidos más o menos femeninos o masculinos, independientemente del hecho se ser hombre o mujer (Culler, 1982). 

 B¿Por qué no se refleja esa literatura en los manuales? 
Como señala Marina Zancan, la tradición literaria canonizada es la “historia de un pensamiento masculino”, no sólo por la ausencia de escritoras, sino también porque esa tradición ha codificado lo femenino a través de temas, estilos y escala de valores (Zancan, 1998). Esta circunstancia no ha impedido que las mujeres practiquen la escritura en todas las épocas, pero sin conquistar el título de “escritoras” que sólo conseguirán, con grandes dificultades y no pocas oposiciones, a finales del siglo XIX y principios del XX. Las escrituras de las mujeres se desarrollarán en el ámbito de lo privado durante siglos (cartas, diarios, cuadernos de apuntes, libros de familia), teniendo una repercusión escasa en la tradición cultural que, muchas veces a lo largo de la historia se ha mostrado reacia a aceptar los productos culturales que salieran de la pluma de una mujer. Por otro lado la labor, aún incompleta, de numerosas críticas ha demostrado que no sólo existe una tradición femenina de escritura creativa, sino también ensayística y erudita, en la que figuran escritoras desconocidas en los libros de textos, y una cierta continuidad en los recursos de escritura. La crisis del papel del intelectual y la presencia de un público popular, en el que abundan también las mujeres, son las principales causas de la irrupción masiva de las escritoras en tres campos importantes de la literatura: como autoras de libros para niños, traductoras de autores extranjeros y, por último, como críticas de textos de escritoras del pasado. A propósito de la historia de la literatura escrita por mujeres hay tres rasgos reseñables: 
     1. La falta de atención por parte de la critica. 
     2. La falta de transmisión de los textos femeninos. 
     3. La dificultad de las escritoras para afirmarse como tales. 
La presencia real de numerosas escritoras dentro del panorama literario de los diferentes siglos, respaldada por el éxito de público de algunas obras y por el reconocimiento de premios literarios prestigiosos sobre todo en el siglo XX, no se corresponde con el espacio que se les asigna en historias de la literatura, libros de texto, antologías y repertorios bibliográficos. En las diferentes historias de la literatura las autoras aparecían descontextualizadas, presentadas como casos excepcionales, fuera de las corrientes y movimientos literarios. Como las escritoras han sido estudiadas como casos aislados, faltan todavía estudios que las integren en el tejido cultural de cada época. Esta operación permitirá descubrir que las escritoras jugaron un importante papel desde las cortes, salones y reuniones literarias desde el Renacimiento hasta nuestro siglo. 

C) Dificultades con las que se encuentra la mujer a la hora de escribir.  
 A lo largo de la historia de la literatura ha habido una escasa presencia de mujeres escritoras porque ni en las familias ni en los lugares en que se impartía la educación se educaba a las mujeres para el saber. Ni siquiera en los monasterios medievales, que fue donde se preservó la cultura escrita, copiando, cuidando y ampliando el conocimiento, se enseñaba a las monjas a leer y escribir; éstas cantaban en Latín “de oído”, pero no tenían acceso a códices ni manuscritos. Así, cuando la abadesa germana Hildegard von Bingen, en el siglo XII, quiere escribir sus visiones místicas, el obispo de su diócesis tiene que buscar un monje que le sirva de secretario. 
Con la industrialización de la sociedad y el establecimiento de la clase media muchas mujeres tienen, desde finales del siglo XVIII, tiempo de ocio, que aprovecharán para leer, para hablar en tertulias que organizan en sus casas y para escribir. Algunas escriben cartas, que hoy nos sirven como documentación de su tiempo, como es el caso de Lady Montagu o Madame de Sévigné, otras escriben ya novelas, poemas y obras de teatro. De la misma manera que las mujeres francesas fueron las que mejor organizaron sus tertulias privadas, hasta el punto de que tal actividad recibe el nombre de “saloniéres” (salonistas), las inglesas son las más importantes en el campo de la novela. De una amplísima nómina de novelistas británicas reconocemos inmediatamente a Mary Shelley por su creación de un mito con Frankestein (1817) y a Jane Austen (algunas de sus novelas han sido llevadas al cine recientemente: Orgullo y prejuicio (1813), Sentido y sensibilidad (1811) y Emma (1816)). Recordemos la magnífica Las horas, película que trata de la vida de Virginia Woolf y de una de sus novelas, Mrs Dalloway (1925). De esta misma autora también triunfó en el cine hace unos años Orlando, escrita en 1928. 
 La sociedad española incorpora lentamente a sus escritoras al canon literario, y en el siglo XIX ya podemos contar con Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro, entre las más destacadas. En los inicios del siglo XX las mujeres acceden a la enseñanza media reglada y, consiguientemente, a los estudios universitarios, en una proporción aceptable y creciente; en 1903 se funda en Madrid un instituto “para señoritas” que cuenta en 1912 con 125 matriculadas, y sólo dieciséis años después, en 1928, con 1.681 alumnas, una buena parte de las cuales ingresarán en la universidad. De aquí que durante la II República haya mujeres dedicadas a la política y parlamentarias como Victoria Kent y Clara Campoamor, que pueden discutir pública y oficialmente sobre un tema que les incumbe de manera directa: el voto de las mujeres. Las intelectuales abundan ya en España desde principios del siglo XX, y aunque, con frecuencia, han estado subsumidas en la obra de sus maridos, la investigación contemporánea les está otorgando su justa valía. "Las mujeres incorporan su experiencia al mundo literario de varias maneras: haciéndose presentes en todos los momentos históricos en que, estando, compartiendo y contribuyendo, fueron ignoradas por los documentalistas e historiadores oficiales; haciendo explícito su punto de vista en todas y cada una de las múltiples ocasiones en que otros se expresaron en su nombre y pusieron palabras en su boca, y optando por caminos alternativos a los que la sociedad les tenía prefijados en cada momento. Para llevar a cabo esta tarea, que habría de cambiar los modelos arquetípicos al uso, las mujeres se aprestan no sólo a escribir desde un punto de vista nuevo y diferente (re/visión), sino a volver a escribir (re/escribir) el cánon literario establecido [...]" Pero este camino ha sido demasiado lento. La dificultad de las escritoras para afirmarse como tales ha determinado estilísticamente características importantes en la escritura femenina. Las escritoras del pasado prefieren géneros literarios menores destinados sólo a un público prácticamente familiar, y las primeras escritoras profesionales se esconden muchas veces tras la máscara del seudónimo. Estas dos circunstancias nos indican la incompatibilidad que existía entre ser mujer y ser escritora, el rechazo social hacia la mujer que dejaba el ámbito doméstico para entrar en la esfera de la cultura. Un ejemplo muy conocido entre las escritoras españolas del siglo XIX es el de Fernán Caballero, que esconde el nombre de Cecilia Böhl de Faber. Su obra no sólo pone de manifiesto la división tajante de los roles entre hombre y mujer en su época y sino también el espacio estrecho en el que la mujer podía moverse sin chocar con la desaprobación social. 
 Virginia Wolf en Una habitación propia defiende la idea de que para escribir una mujer tiene que tener una habitación propia y dinero. Se pregunta por qué un sexo es tan pobre y otro tan próspero y la respuesta es sencilla: ninguna mujer puede hacer fortuna a la vez que cría a una numerosa prole. Más sancionando que el hablar, el escribir para las mujeres ha sido visto como la usurpación de un derecho que no les pertenece y además como una práctica inútil, como lo que no les corresponde. Dice Virginia Woolf: “Creo que pasará aún mucho tiempo antes de que una mujer pueda sentarse a escribir un libro sin que surja un fantasma que debe ser asesinado, sin que aparezca la peña contra la que estrellarse.” Otro hecho gravísimo: la atribución de las obras de las mujeres a otros, y en especial a sus maridos. Debe haber sido un fenómeno muy frecuente pues tenemos bastantes referencias. Desde el artículo publicado en 1866 por Rosalía de Castro Las literatas: carta a Eduarda, en el que la autora advierte de ello, hasta estas palabras de Adela Zamudio, escritora boliviana del siglo XX: Si alguno versos escribe /de alguno esos versos son,/ que ella sólo los suscribe./ (Permitidme que me asombre.)/ Si es alguno no es poeta,/ ¿Por qué tal suposición?/ ¡Porque es hombre! 
 Están también los hechos históricamente comprobados: el célebre caso de María Lejarraga, autora de las obras firmadas por su marido Gregorio Martínez Sierra. Y el hecho de que a Zelda Fitzgerald también fue su marido quien le prohibió publicar su Diario porqué él lo necesitaba para su propio trabajo. Y el que las primeras obras de Colette aparecieran firmadas con el nombre de su marido, quien incluso cobró el dinero de su venta. Es posible que se diga que vamos muy atrás y que la humanidad ha cambiado en los últimos veinte siglos. Pues bien, en el año 2000 y en España sólo un diez por ciento de los libros publicados están escritos por mujeres. 

Y para terminar valgan estas cifras para romper algunos tópicos todavía presentes:
 Primer tópico: Ellas publican más. (Datos del Barómetro de hábitos lectores, 3º trimestre 2009) Libros publicados por hombres: 62 % Libros publicados por mujeres:38% 
 Segundo tópico: ellas acaparan premios. El Premio Nobel (desde 1901) lo han ganado 92 autores y 12 autoras (11,6%) El Premio Cervantes (Nobel Español) ha recaído desde su creación, en 1975, 33 escritores y dos escritoras (5,7%). El Premio Nacional de las Letras Españolas que se convoca desde 1984 lo han ganado 13 hombres y 2 mujeres (13%) El Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Narrativa lo han ganado 23 autores y 3 autoras (11,5%). En la Real Academia Española hay 4 mujeres frente a cuarenta varones. 
 Tercer tópico: ellas solo leen libros de mujeres. Las cifras apuntan a que las mujeres forman la mayoría del público lector, por lo tanto si solo el 38% de lo que se publica corresponde a autoría femenina, es imposible que lean solo esos libros, como lo es que lean solo literatura de segunda categoría.

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